Última imagen de un drago muerto

 

 Pedro Clemente Mendoza González (23 de febrero de 2025) 

Algunos de los que gustamos de pasear los caminos de la Vega, muchas veces, al pasar por la conjunción de los barrancos del Farragú y Anzo, entrábamos hasta la ermita de San Marcos (siglo XVII).

La simplicidad de sus formas entre las fincas de plataneras y la vegetación natural de tabaibas, cornicales, espinos, inciensos, veroles…, la palmera y los dos pequeños dragos que crecían a su sombra, y, sobre todo, la ya imponente presencia del drago que vigilaba la puerta, te llenaban de quietud en medio de esta conjunción de naturaleza, arte e historia, comúnmente aderezada con el canto limpio de un capirote que vigilaba su nido.

Esta magia impagable está definitivamente, irreparablemente, desbaratada, lo que nos hace reflexionar sobre lo mucho que cuesta a la naturaleza, y al hombre, levantar sus obras maestras, o vitales, y lo rápido, y fácil, que es para algunos destruirlas.

            Un manotazo duro, un golpe helado,

            un hachazo invisible y homicida,

            un empujón brutal te ha derribado.

Miguel Hernández

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